13 Jun, 2020 | 0
Todo comenzó cuando decidí a estudiar técnico en sistemas, en el Instituto ITFIP de mi Espinal natal. Me inquietaba mucho saber cómo era que se hacía un programa, que el color de los botones, que las cajitas de textos. En fin, mi meta era que todos vieran que yo lo podía hacer, y que se lo podía enseñar a mis compañeros de curso. En ese tiempo éramos unos pocos los que nos inquietaba el tema. Primero, lo hacíamos como una obligación académica, buscando el ansiado 5 para pasar la asignatura de programación.
Al mismo tiempo, mis compañeros de estudio, valoraban ese esfuerzo que yo hacía, y mientras compartíamos sobre el fútbol (destacándome más como locutor amateur de los campeonatos de la U que como jugador) y hablábamos sobre lo que algunos llamaban “monos chinos” (animes y mangas), ellos veían, algunos atónitos, otros dichosos, de cómo ese muchacho se la pasaba como mínimo 8 horas diarias extra-clase metido en la sala de sistemas, a tal punto que mis inmediatos compañeros de curso o semestre, se interesaron en que les asesorara para sus propios programas y así aprobar el semestre. Uno de mis compañeros, que era un pilo igual a mí, me dio un consejo que cambió mi vida desde ese momento: “Hermano, usted que sabe mucho, sáquele el jugo. Cobre por su trabajo. Cobre bien, no se deje ‘mangonear’”.
Mis compañeros, felices, me pagaban por mis servicios. Al principio era “por diversión”. Y mientras el mundo seguía en movimiento, nuevos conocimientos sobre el tema “programación” saltaban a la vista. Ya no era tanto un programa en el computador, ya tocaba hacer uno que se pudiera “correr” desde cualquier parte del mundo. En un principio, cuando se me venía a la cabeza el término “página de internet” yo pensaba que era solo poner unas imagencitas, unos textos, darle colores y sabores, y ya. Cuando vi que hacer que una página web se podía convertir en un programa, mi perspectiva del mundo cambió radicalmente. No solo era “hacer un programa”, sino “hacer una página web que parezca un programa”.
El tiempo pasaba, y ya había logrado mi título de técnico en sistemas, mi primer paso hacia mi éxito profesional. Yo iba por más, y mientras me ganaba la vida colaborando en los programas a los estudiantes que iban entrando a estudiar al instituto, y que seguían viendo en mi como su tabla de salvación para sus semestres. Ahora iba más allá, no solo los semestres, ahora necesitábamos aplicar esos conocimientos para dar el siguiente paso: ser unos auténticos “ingenieros”, con el reconocimiento que conlleva “obtener el cartón”.
Así fue que resulté matriculándome en una de las Universidades más prestigiosas de nuestra región: La Universidad del Tolima o “UT”, como popularmente es conocida. Ahí conocí nuevos compañeros, y enfrenté nuevos retos. Y paralelo a ello, sentía que tenía que hacer un cambio en mi vida. “Yo no me voy a quedar toda la vida haciendo ‘programitas’”, me dije. Entonces decidí que tenía que ganarme un sueldo, para no depender de mis padres o de los pesitos haciendo “programitas”. Al principio no fue fácil, porque en mis primeros empleos sacrifiqué dinero por conocimientos nuevos y experiencia laboral. En esas idas y vueltas, encontré en una página llamada “Computrabajo” la oportunidad de ingresar a una empresa prestigiosa donde necesitaban un programador con amplios conocimientos en desarrollo web. Decidí aplicar “como quien no quiere la cosa”, y lo que pasó luego de unos días me cambió la vida para siempre.
Recibí un correo de un señor llamado Carlos Devia. Envió unas preguntas, las cuales respondí, a mi juicio, correctamente. Tal fue mi sorpresa cuando se me notificó que me quería en su oficina, que iba a hacerme una prueba. Yo no supe, como la mayoría de mis compañeros, sino hasta el momento que llegué a la prestigiosa empresa, que la persona que me había entrevistado, era el jefe, “el dueño del chuzo”, dirían en mi tierra natal. Me sorprendió ver a una persona tan joven que tuviera un emprendimiento tan grande, y hecho a pulso. Desde aquel día supe que yo estaba para grandes cosas y las iba a realizar junto a prestigiosa empresa.
Esa compañía, era nada menos que Imagina. La cual, desde el primer momento, me hizo sentir como en casa. Han sido ya varios años en los cuales me he sentido a gusto trabajando para ellos. Me sentía muy maravillado porque durante mi recorrido en esta empresa, me he contactado con clientes que están a muchos kilómetros de distancia. Recuerdo esas largas charlas con clientes de Medellín, Colombia. U otras con gente del “Otro lado del charco”, de Barcelona, España. Era tal mi felicidad que sentí que Imagina era mi lugar en el mundo. Yo solo tengo palabras de agradecimiento a la vida, porque poco a poco me fue mostrando el camino. Un camino, aunque con sus altas y bajas, ha sido el más gratificante, porque me permitió desempeñarme en lo que me gusta. Todo gracias a mis conocimientos y al acompañamiento de esta gran empresa y sus miembros que la componen.
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